Las investigadoras Iztel López y Diana Jaramillo encontraron las limitaciones, creadas en parte por la pandemia, que deben corregirse por la salud emocional de niñas y niños
En Puebla, los grupos de quinto y sexto grado de primaria en una escuela pública regresaron a clases en modalidad escalonada en medio de la pandemia tras meses de confinamiento. Esas niñas y niños con miedo a contagiarse de Covid19 querían correr,: sacar la energía que sus cuerpos habían acumulado ante la carencia del ansiado recreo. Sin embargo el miedo los limitó así como otros aspectos relacionados con la «disciplina» impuesta por los directivos escolares.
Las investigadoras de la Universidad Iberoamericana campus Puebla, Itzel López Najera y Diana Jaramillo Juárez, indagaron las condiciones del juego en niños y niñas de Puebla encontrando situaciones que se deben corregir para garantizar el correcto desarrollo emocional de los estudiantes, porque la pandemia y las reglas que imponen las escuelas durante la hora de juego han provocado que se rompa el lazo social y sentimental.
Las medidas sanitarias, por ejemplo, los obligaron a la sana distancia, a restringir el contacto físico con sus compañeros. Y así, en este ambiente diferente decidieron replicar el Juego del Calamar, adaptarlo a su patio. La popular serie coreana los había inspirado a implementar un juego sin contacto.
Las secuelas de la pandemia recrudecieron también la fragmentación del patio, pues ya antes de suspender clases para encerrarse, los maestros habían decidido separar a los mayores de los más pequeños, a las niñas de los niños, ante la creciente violencia escolar.
Esta fragmentación se agudizó con el virus y con ello el rompimiento del afecto entre los estudiantes y la capacidad de relacionarse con otros. Es decir, se ha construido un entorno que, en la vida real, no existe. No hay una división de mujeres y hombres, ni de grandes y chicos, ni de fuertes y débiles.
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¿A qué juegan los niños?
¿A qué juegan los niños? Fue la pregunta que se hicieron las académicas y que contestaron en una investigación auspiciada por el Consejo Estatal de Ciencia y Tecnología de Puebla (Concytep). El proyecto se titula «¿Cómo están jugando las infancia en el regreso semipresencial a las aulas en el estado de Puebla?«.
«Es un trabajo que hemos desarrollado de 2021 a la fecha, en dos etapas distintas . En la segunda etapa además trabajamos con tres ejes: primero realizamos trabajo de campo presencial, después realizamos una jornada lúdica durante el mes de mayo con todos los grados de una escuela primaria pública. Primero era volver a tener contacto entre las infancias, en segundo se realizaron talleres de lectoescritura y tercero, hubo actividades lúdicas con padres y madres de familia», detalló Iztel López Najera, investigadora Nivel I del Sistema Nacional de Investigadores, integrante del Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE), integrante del Programa de Análisis Político del Discurso e Investigación (PAPDI). e integrante del Campo Estratégico de Acción en Modelos y Políticas Educativas (CEAMOPE UIAP).
En 2020, atendiendo la convocatoria de «Violencias Estructurales» del Programas Nacionales Estratégicos del Conacyt (Pronaces), mediante el cual se hizo trabajo de campo virtual en conjunto con Veracruz y la Ciudad de México, se hicieron los primeros descubrimientos sobre los problemas a la hora de jugar en las escuelas.
«En ese primer contacto con las infancias de quinto y sexto grados, y sus papás y mamás, encontramos que el patio escolar estaba fragmentado por cuestiones de agresiones o conflictos durante la hora del recreo y lo que se señalaba frecuentemente es que los mayores tiraban o aventaban a los más pequeños, y que había incomodidades entre niñas y niños.»
Una vez que se concluyó el proyecto con Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), se inició la investigación a nivel local en una escuela del sur de la capital poblana donde se pudo probar el cambio en las dinámicas de juego como efecto de la pandemia y el encierro.
«Pudimos encontrar que tras el encierro pandémico, regresaron a las aulas con mucho miedo de tener contacto con sus compañeras y compañeros; además de tener mucho cuidado en seguir las instrucciones, tenían que haber límites al jugar en el recreo por lo que las actividades lúdicas, el juego a la hora del recreo, estaban muy limitadas. Solo jugaban el Juego del Calamar y algunas actividades que ya traían desde antes de la pandemia como el juego de «¡Eres!», agregó Diana Isabel Jaramillo Juárez, escritora, psicóloga y doctora en Literatura y expresión del español por la Université Laval, de Quebec, Canadá.
La importancia de jugar
El juego es un trabajo importante para el niño, más que estudiar o ir a la escuela. El juego es necesario para poder recrear la realidad y saber cómo enfrentarla, destaca Jaramillo Juárez.
Tal vez, es por eso que, de niños muchos juegan a ser maestros o médicos, o a otras actividades que realizan los adultos. Se reparten roles y tareas, que a simple vista parece no importante, pero muestran su dinámica para enfrentarse a la vida.
La académica destaca que se requiere de mínimo 15 minutos diarios de juego mientras el ser humano tenga vida. Los adultos también deben jugar y dejarse ver ante sus hijos felices. El ser humano necesita actividades para pasar un buen momento, «para crecer y aportar a la sociedad«.
También explicó que el juego es sinónimo de afecto, por lo tanto cuando papá o mamá juegan con los menores – sin importar la edad – se genera un vínculo de satisfacción. «El juego es una actividad donde solo importa el presente, donde solo importa divertirse, donde solo importa tener contacto con la otra y el otro».
Contó que durante una de las últimas fases de la investigación, la mejor parte fueron las actividades lúdicas con las madres y padres de familia. «Jugar con sus hijos fue una actividad rica porque pudieron darse cuenta que dedicar 15 minutos a solo jugar en familia puede traer muchos beneficios. Se hizo hincapié en que los niños solo tienen el trabajo de jugar, como decía Freud«.
El riesgo de la fragmentación
La fragmentación en la hora del recreo es lo más preocupante: Había una orden estrictamente de los padres a no tocar o acercarse al otro. Y los niños reprodujeron el miedo al virus.
«Esta fragmentación de patios es muy importante, porque previo a la pandemia ya no podían tocarse, ya no podían juntarse. Estaban los de primero y segundo en un patio; los de tercero y cuarto en otro e inclusive divididos en niñas y niños los de quinto y sexto (…) Esta fragmentación evita la posibilidad del juego y el contacto lúdico y libre», relató López Najera.
«El no permitir la posibilidad de juego sesga la posibilidad de ensayar cómo vamos a comportarnos o cómo vamos a relacionarnos con la sociedad», agregó Diana Jaramillo.
En este sentido, ambas destacaron que la fragmentación en el recreo «naturaliza» la separación corporal en las infancias, lo que es negativo. «Las infancias que asuman desde temprana edad que la separación es buena, que el no tocarse está bien, que no jugar con otros grupos y otros grados es correcto porque me lastimas, es colocar al niño o la niña en el lugar de la debilidad, de la víctima o del victimario (…) Que exista abuso».
Jaramillo Juárez mencionó que para enfrentar esto, en las escuelas se pueden implementar nuevas dinámicas para acercarse al otro sin miedo, pero cuidándose. También dinámicas en las que se tome en cuenta las opiniones de cada uno, sin importar el nivel o la edad o el género para integrarlos.
Una dinámica positiva de integración es que los mayores lean a los más pequeños, pero se escuchan las conclusiones y opiniones de grados menores para tener una integración de iguales.
«Es importante ponerse en el lugar del otro. Si no convives o no tienes contacto con el otro, y al otro lo ves separado como un peligro, se evita que se pueda desarrollar compasión», remató Diana Jaramillo al exhortar a los maestros y padres de familia a recomponer la relación de los niños con el juego y el recreo.