La investigadora y activista Aida Hernández destacó la importancia de recuperar los saberes en los procesos de búsqueda y entender los quehaceres de madres y familias de personas desaparecidas
Razones sobran para temer por la vida propia y la de los seres cercanos cuando se vive en México. Entre 2006 y 2022, la guerra contra el narcotráfico dejó más de 350,000 muertos. Además, el país suma más de 100,000 personas desaparecidas, 70,000 migrantes centroamericanos sin localizar y 3,500 fosas comunes registradas. Detrás de cada número se encuentran familias enteras devastadas por la violencia.
Aida Hernández Castillo, investigadora del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS) de la Ciudad de México, cuestionó en un conversatorio para la IBERO Puebla las responsabilidades de la academia en las crisis sociales. Particularmente, se centró en las historias silenciadas de las personas indígenas que son víctimas de desaparición.
Aseguró la activista: “Los indígenas están ausentes de sus casas, pero también de las reivindicaciones dentro de los movimientos de búsqueda”. Los casos que trascienden a la esfera pública se relacionan con líderes comunitarios; el resto, los de a pie, quedan en el olvido social.
Cuando los cuerpos son utilizados como instrumentos de pedagogía de poder, las organizaciones criminales delimitan sus espacios de control y propagan el terror entre las comunidades afectadas. “Lo que estamos viendo con las madres”, asoció la experta, “es la pedagogía del amor. Están rehumanizando cuerpos que habían sido utilizados como desechables”. La sociedad organizada desactiva las dinámicas de miedo a través de rituales amorosos.
La guerra contra el narcotráfico tuvo una operatividad bajo lo que Hernández Castillo denomina ‘geografías racializadas’: la condición de raza u origen étnico derivó en violencias desproporcionadas como producto de las dinámicas coloniales que prevalecen en el país.
“La gente me pregunta: ‘¿Por qué los desaparecen?’. La primera respuesta es ‘porque se puede’. (…) Las violencias estructurales hacen que la desaparición se convierta en un peligro cotidiano”, recordó.
De manera paralela, desde los discursos oficiales -magnificados por los medios de comunicación- se ha construido un estereotipo de la víctima racializada: cuerpos jóvenes, masculinos y morenos. Además, a las víctimas se les adjudican conductas que pretenden justificar su destino. “Seguro estaba metido en algo” y “Andaba en malos pasos” son algunas frases comunes que revictimizan a los ausentes.
El trabajo de Aida Hernández se ha enfocado en la zona de las comunidades mayo-yoremes de Sinaloa junto al colectivo Rastreadoras del Fuerte, un grupo de madres y esposas buscadoras de personas desaparecidas. Ahí constató la forma en que el miedo restringe las investigaciones relacionadas con la desaparición de indígenas.
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La zona, habitada por 40,000 personas, estuvo sometida a una transformación pautada por la operatividad de los cárteles de la droga. Según relata un testimonio, desde tiempos de Caro Quintero se transitó de una relación “respetuosa” con los capos a la introducción de drogas como cocaína y cristal en las escuelas. Muchos usuarios fueron reclutados; cuando sus adicciones los volvieron disfuncionales, fueron asesinados.
La búsqueda en sí misma implica grandes riesgos. “Son familias que viven bajo el control del crimen organizado, donde hay mucho miedo a la denuncia y a la organización”. El caso reciente de una madre buscadora que fue asesinada durante el velorio de su hijo es prueba de ello.
Hernández Castillo compartió algunas de sus líneas de investigación sobre esta problemática. Una de ellas se relaciona con los procesos de duelo y ritual no cerrados, aspectos de la integridad psicoemocional de las personas que suelen ser ignorado por las instancias públicas.
Frente a ello, la investigadora ha brindado capacitaciones para la sistematización de datos y talleres para la generación de memoria. En estos últimos se pretendía confrontar los estigmas en torno a la desaparición, pero también para recolectar la riqueza de los saberes acumulados. “Esta pedagogía del amor que tienen hacia los muertos es un quiebre ontológico. Los muertos y los vivos son una sola comunidad”.
Al mismo tiempo, aprendió de las Rastreadoras del Fuerte algunas cuestiones técnicas de la práctica forense, así como las implicaciones afectivas y comunitarias que tiene el acto de búsqueda e identificación de cuerpos. “Estos son saberes que vienen a confrontar a las fiscalías. Tienen más conocimientos que muchos especialistas”. El elemento diferencial, subrayó, es el amor con el que se trata los restos humanos.
Desde el quehacer feminista, Aida Hernández destacó la importancia de recuperar los distintos saberes en los procesos de búsqueda, así como de entender los quehaceres de las madres y de las familias como estructuras ampliadas que trascienden la heteronorma. Tales consideraciones, apuntó, son fundamentales para acompañar el proceso de construcción de narrativas llevado a cabo por las personas, en su mayoría mujeres, en primera línea.
La conferencia de Aida Hernández Castillo abre una nueva edición del Diplomado en Derechos Humanos, Género y Acceso a la Justicia de la IBERO Puebla.