La casa de estudios anfitriona puso su infraestructura y acompañamiento personal a disposición de sus nuevos huéspedes

Los primeros estudiantes de un grupo de hasta 600 ingenieros y nutriólogos en formación de la Universidad de las Américas Puebla (UDLAP), iniciaron hoy en las instalaciones de la IBERO Puebla procesos de regularización académica que les convertirán en visitantes frecuentes del Instituto de Diseño e Innovación Tecnológica (IDIT), en cuyo lobby recibieron esta mañana una cálida bienvenida en nombre de la comunidad universitaria de la casa de estudios jesuita.

Con esta presencia, se formaliza un vínculo de colaboración en materia de innovación largamente deseado. “Este es un sueño que teníamos desde hace mucho tiempo”, indicó Ramiro Bernal Cuevas, director del Departamento de Ciencias e Ingenierías de la Universidad Jesuita, durante la recepción del primer grupo de Aztecas.

Desde diciembre del año pasado inició la planeación y coordinación interinstitucional para el hospedaje de los jóvenes en las aulas, talleres y laboratorios del IDIT. Dicha unidad, vista por sus usuarios como un semillero de proyectos ingenieriles de incidencia social, será un escenario idóneo para el encuentro entre ambas universidades.

“Les agradecemos que nos hayan abierto las puertas de su universidad. Hay que aprovechar las instalaciones y el conocimiento de las personas”: Tania Muñoz Sánchez, jefa de laboratorios UDLAP.

Miguel Ángel, por su parte, comentó cómo cada estudiante ha tenido que ingeniárselas para no rezagarse en sus conocimientos y habilidades. Esa actitud fue valorada por José Daniel Lozada Ramírez, decano de la Escuela de Ciencias de la UDLAP, quién señaló que “su resiliencia y ganas de trascender han permitido que se consolide esta alianza”.

Para algunos, la IBERO Puebla será la primera vez que pisen un laboratorio como profesionistas en formación. Karime Díaz y Jennifer Díaz llegaron al bulevar del Niño Poblano con la misma agudeza de su primer día de clases en la Ingeniería Biomédica hace apenas un par de años.

Cuando parecía que el coronavirus daba tregua, llegó la desavenencia institucional para arrastrarlas de vuelta a sus hogares y negarles el acceso al lado práctico de su licenciatura. Ambas sopesaron junto a sus familias la posibilidad de migrar a otro colegio para continuar con sus estudios. Sin embargo, ambas convinieron: “No podíamos dejar la universidad: es nuestra casa”.

Mientras el mundo atestigua el minuto a minuto de una guerra internacional, las universidades poblanas construyen otras historias y se funden en la solidaridad, la camaradería y la colaboración. Rojos y naranjas bajo un mismo techo: colores cálidos, a fin de cuentas.

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