De diferentes formas, tamaños, sabores y colores; son una delicia, que sin duda has probado y que es el suspiro de todas las personas.
Existe una relación muy estrecha entre los merengues, el merenguero y los volados.
Ya verán porqué… Empezaremos por el origen de los merengues.
La teoría o leyenda con más fuerza dice que fue inventado alrededor del año 1600 por el pastelero italiano Wirly, residente de Meiringen, pueblo suizo, de ahí su nombre. Otra teoría dice que fue obra de un cocinero al servicio del rey polaco Estanislao I, a partir de una receta alemana, y que provendría de la palabra polaca “Marzynka”.
Lo que sí es seguro es que los primeros merengues en Francia se sirvieron en Nancy, de la corte de ese mismo rey polaco. La hija de dicho rey era muy golosa y entusiasta de esa receta, al casarse con Luis XV, la puso de moda en la corte francesa.
Y el merengue no es más que una mezcla de claras de huevo y azúcar a las que se le puede añadir aromatizantes como vainilla o almendra para hacer formas y secarlas en un horno a baja temperatura.
Desde tiempos remotos existen algunas personas, cuya tradición va de generación en generación y salen a la calle a venderlos, con un grito especial, pregonando de manera rítmica la palabra: merengues, a ellos les llamamos merengueros.
Y quien no ¿ha echado un volado con ellos?
Seguramente, más de uno aún juega a los famosos volados, una suerte típica de los merengueros, donde, al momento de consumar la compra, apostaban con sus clientes dos merengues por el precio de uno o, en caso de ganar, pago doble y sólo darle uno al cliente.
De diferentes formas, tamaños, sabores y colores; son una delicia, que sin duda has probado y que es el suspiro de todas las personas.