El número 9 de La Chíquina presenta cuatro textos sobre la peculiaridad de la organización política, los rituales y el arte de trazar mapas de origen.
En tiempos de pandemia y encierro, con el llamado teletrabajo y el temor al exterior y a los otros, los Yumhu de Ixtenco conservan los rituales de la siembra que conecta a la semilla con la comunidad y al mundo interior con un universo en el que prevalecen las diosas.
El proceso de fertilidad de los yumhu esta rodeado de símbolos femeninos: la Malinche, el ritual de ofrecimiento a la luna y Venus, el pie de la indígena cubriendo de tierra las semillas de frijol, calabaza y maíz -en ese orden, porque de romperse el ritual de la fertilidad se quiebra -, los ciclos de tierra, agua y fuego que se disuelven en la vida comunitaria.
En el número 9 del suplemento cultural La Chíquina que publica el Centro del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) región Tlaxcala, el antropólogo Jorge Guevara Hernández recoge los resultados del estudio etnográfico con las comunidades yumhu, grupos donde consideran la divinidad del maíz y a los y las campesinas como entes místicos.
En Ixtenco se reconocen tres ciclos rituales que inician el 2 de febrero y se prolongan durante el año hasta el cierre con la cosecha. Hombre y mujer trazan cruces en la tierra; el hijo y la hija colocan el frijol, calabaza y maíz y la madre cierra el surco con el pie descalzo: todo esto marcando con el ritmo de las primeras horas del amanecer.
Dietas, sahumerios, palmas benditas, cohetes, oraciones, granizadas, lluvia tenue, trombas, celebraciones a San Juan Bautista y el cierre del ciclo que vuelve a la comunidad con la comilona, son las tradiciones que se conservan en la región oriente el estado.
El suplemento cultural incluye además los ensayos de Nazario A. Sánchez Mastranzo “Huexoyucan. Documentos sobre y señoríos a través de planos”; Armando Moreschi “Tepecticpac en los mapas y planos históricos”, y Carlos Andrés Romero Buendía “División de barrios de San Esteban, Tizatlán, Tlaxcala”.
El primero relata la existencia de dos mapas de 1761 celosamente resguardados en la comunidad de Santiago Tepecticpac, que describen no solo aspectos geográficos sino los símbolos religiosos de origen: Santiago Apóstol montado en un caballo con una espada apuntando en el poniente.
Los otros dos escritos revelan la importancia de los mapas no solo en el ordenamiento territorial sino en la delimitación de los grupos, santos, los fundadores, los recursos naturales que suelen ser el centro de las comunidades.
Por último, Carlos Andrés Romero narra el origen de los barrios en Tizatlán que tiene una importancia política clásica: garantizar la organización y sobrevivencia social; los textos de este número sin duda explican mucho del origen de ese modo en el que los pueblos toman forma y crean su peculiaridad sin dejar de lado su relación con lo Otro.