La carrera política de Menem tuvo un punto culminante en 1973, cuando triunfó en las elecciones para ser gobernador de La Rioja

El expresidente de Argentina, Carlos Saúl Menem, murió hoy a los 90 años de edad en una clínica de Buenos Aires en la que permaneció internado durante los últimos dos meses debido a una infección urinaria.

En diciembre, luego de sufrir una falla renal, los médicos le indujeron un estado de coma del que logró salir, pero nunca pudo recuperarse por completo, por lo que tuvo que seguir ingresado.

Su fallecimiento cierra un capítulo en la historia política argentina, ya que este abogado, que el pasado 2 de julio cumplió 90 años, encabezó un gobierno que consolidó el modelo neoliberal con una cadena de privatizaciones que quedaron marcadas por escándalos de corrupción y la deformación de una economía que se basó en la ficticia equivalencia de un peso con un dólar estadounidense.

Los inicios

Menem nació en 1930 en La Rioja, una provincia del noroeste argentino, en una familia de origen sirio. Siendo un joven universitario se afilió al Partido Justicialista fundado por Juan Domingo Perón, el presidente que sufrió un golpe de Estado en 1955.

A pesar de que el peronismo quedó proscrito, Menem siguió militando en la clandestinidad. En 1962, a los 32 años, se postuló a su primer cargo de elección popular como candidato a diputado provincial en la Rioja bajo las siglas del partido Unión Popular, que sí era legal. Ganó, pero un nuevo golpe de Estado le impidió asumir como legislador.

La carrera política de Menem tuvo un punto culminante en 1973, cuando triunfó en las elecciones para ser gobernador de La Rioja, pero no pudo cumplir su mandato de seis años debido al golpe de Estado de 1976 que terminó con la Presidencia de Isabel Martínez de Perón. Los militares detuvieron a Menem durante dos años y luego lo mantuvieron bajo vigilancia, pero aún así el dirigente continuó con su carrera política.

En 1983, al término de la dictadura militar, Menem volvió a postularse como gobernador de La Rioja y repitió el triunfo que ya había logrado una década antes. Desde ahí, saltó a la candidatura presidencial del peronismo en 1989.

«Síganme, no los voy defraudar», fue el lema de una campaña en la que retomó el discurso peronista de izquierda basado en promesas de equidad social que jamás cumpliría. «Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie», diría años más tarde, cuando ya era evidente que encabezaba un gobierno de derecha y que iba a dejar un saldo de empobrecimiento y de vaciamiento de los recursos públicos.

El emblema del neoliberalismo

Menem asumió la Presidencia cuando el país padecía una grave crisis económica que se había traducido en una hiperinflación. El paliativo de la crisis fue la llamada «convertibilidad» que implicó que el peso argentino valdría lo mismo que un dólar.

Además, privatizó alrededor de 60 empresas estatales, incluidas algunas que prestaban servicios esenciales como distribución de gas, electricidad, agua, gas, transporte urbano, trenes, Aerolíneas Argentinas, el Correo, los aeropuertos, minas, astilleros, fábricas militares y la empresa petrolera nacional Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF).

En política internacional, su alineamiento con Estados Unidos fue incondicional, tanto, que el canciller menemista aseguró que eran «relaciones carnales».

Con respecto a la política interna, indultó a los miembros de las juntas militares que habían sido condenados por delitos de lesa humanidad y a los exlíderes guerrilleros, lo que frenó por completo el proceso de justicia que buscaban los organismos de derechos humanos.

Con la economía estable y dolarizada, lo que permitía a miles de argentinos viajar al exterior, más la ilusión de las millonarias inversiones extranjeras que se quedaban con el control de compañías estatales y una inicialmente drástica reducción de la pobreza, la popularidad de Menem subió, pero su mandato vencía en 1995 y él quería permanecer en el poder, así que impulsó una reforma constitucional para recortar de seis a cuatro años el periodo de gobierno presidencial pero con posibilidad de una reelección.

Su gestión, sin embargo, había quedado empañada por múltiples escándalos de corrupción. «La Ferrari es mía, mía, mía», dijo Menem al resistirse a devolver un lujoso auto que le había regalado una empresa privada, lo que está vedado por la ley de ética de servidores públicos. La ostentación de los lujosos viajes de los políticos era habitual, así como el exhibicionismo de su riqueza en las llamadas «revistas del corazón». El presidente jugaba tenis, manejaba autos deportivos, bailaba en programas de televisión, se sacaba fotos con los Rolling Stones. Y se volvía cada vez más rico.

El esplendor de «la fiesta menemista», como bautizó la prensa a esta época, quedó opacada por los ataques terroristas que sufrieron en 1992 la embajada de Israel en Argentina, y en 1994 la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), con un saldo de 107 muertos, centenares de heridos y plena impunidad, porque casi tres décadas después no hay un solo detenido por los atentados.

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