Los investigadores analizaron un cuerpo femenino, enterrado hace unos 9.000 años junto a herramientas de caza, en la región de las Américas.


Durante mucho tiempo se asumió que la caza en las sociedades prehistóricas la realizaban principalmente los hombres. Ahora, un nuevo estudio se suma a las evidencias que desafían esta idea. Los investigadores analizaron un cuerpo femenino, enterrado hace unos 9.000 años junto a herramientas de caza, en la región de las Américas.

La mujer, descubierta en el altiplano andino, fue apodada Wilamaya Patjxa individuo 6, o «WPI6». La encontraron con las piernas semiflexionadas y una colección de herramientas de piedra colocadas cuidadosamente junto a ella.

Entre los utensilios había puntas de proyectil que probablemente se usaban en lanzas ligeras arrojadas con un atlatl (también llamado propulsor de lanzas). Los autores argumentan que esas puntas se utilizaron para cazar animales grandes. WPI6 tenía entre 17 y 19 años cuando murió.

El análisis de una sustancia conocida como «péptidos» en sus dientes, que son marcadores del sexo biológico, permitió conocer que era una mujer. También había grandes huesos de mamíferos en la tierra alrededor de su tumba, lo que demuestra lo importante que era la caza en su sociedad.

Los autores del estudio, publicado en Science Advances, también revisaron otros esqueletos enterrados alrededor y que pertenecen al mismo período, mirando específicamente tumbas que contienen herramientas similares asociadas con la caza mayor.

Descubrieron que de los 27 esqueletos en los que se podía determinar el sexo, el 41% eran probablemente mujeres. Los autores creen que la caza mayor en esa región de América era realizada por hombres y mujeres en grupos de cazadores-recolectores. Hipótesis contrapuestas.

Esta idea va en contra de la hipótesis de la década de los 60, conocida como el «modelo del hombre cazador», que poco a poco se ha ido desacreditando. Sugiere que la caza, y especialmente la caza mayor, fue realizada principalmente, si no exclusivamente, por miembros masculinos de antiguas sociedades de cazadores-recolectores.

Probablemente, la más significativa es la que examina las sociedades de cazadores-recolectores recientes y actuales para tratar de comprender cómo pueden haberse organizado las de hace miles de años.

La visión estereotipada de los grupos de cazadores-recolectores suponen una división del trabajo por género en el que los hombres eran los que cazaban mientras que las mujeres eran más propensas a quedarse más cerca de casa con niños pequeños o pescando.

En esta teoría hay algunas variaciones.

Por ejemplo, entre los recolectores de Agta en Filipinas, las mujeres son principales cazadoras en lugar de asistentes.

Algunos cazadores-recolectores de hoy en día todavía usan atlatls, como en competiciones de lanzamiento, y en ellos es normal que participen mujeres y niños. Los arqueólogos que estudian esos eventos sugieren que los atlatls bien pueden haber sido el factor de igualdad al facilitar la caza tanto de mujeres como de hombres.

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Es posible que el uso de esa herramienta reduzca la importancia del tamaño y la fuerza del cuerpo del cazador. El nuevo estudio desacredita aún más la hipótesis de los 60 y viene a sumarse a algunos hallazgos arqueológicos anteriores.

Por ejemplo, en el yacimiento de 34.000 años situado en Sunghir en Rusia, los arqueólogos descubrieron las tumbas de dos jóvenes, probablemente uno de los cuerpos pertenecía a una niña de entre nueve y 11 años.

Ambos individuos tenían anomalías físicas y fueron enterrados con 16 lanzas de marfil de mamut, un número increíble de lo que probablemente eran valiosas herramientas de caza.

En 2017, se descubrió que en la famosa tumba de un guerrero vikingo de Suecia, que había sido hallada a principios del siglo XX, no yacía un hombre, como se había asumido durante mucho tiempo, sino que biológicamente, pertenecía al género femenino.

Este hallazgo provocó una cantidad significativa y sorprendente de debate, y revela cómo nuestras propias ideas modernas de los roles de género también pueden afectar las interpretaciones de la historia más reciente.

¿Ventajas evolutivas?

Se ha argumentado que distinguir entre «trabajos para niños y trabajos para niñas», como dijo un ex primer ministro británico, podría tener ventajas evolutivas. Por ejemplo, puede permitir que las madres embarazadas y lactantes se queden cerca de una base de operaciones, manteniéndose a ellas mismas y a los jóvenes protegidos de cualquier daño.

Pero cada vez tenemos más evidencias de que este modelo es demasiado simplista. Dado que la caza es una piedra angular para la supervivencia de muchos grupos de cazadores-recolectores con gran movilidad, la participación de toda la comunidad también tiene un sentido evolutivo. El pasado, como dicen algunos, es un país extranjero, y cuanta más evidencia tenemos, más cambiante parece haber sido el comportamiento humano. *Annemieke Milks, es investigadora senior del University College London.

Ha recibido fondos para investigación del Consejo de Investigación de Artes y Humanidades, la Fundación Leakey y la Fundación Wenner-Gren. Esta nota apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.

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