Desde 2001, visitantes de todo el globo arriban a esta isla, ilusionados por observar y nadar brevemente junto al pez.
El tiburón ballena, un enorme pez en peligro de extinción que visita cada año el Caribe mexicano, es la esperanza de habitantes de la Isla Holbox que ansían el retorno de turistas ahuyentados por la pandemia de covid-19.
Desde 2001, visitantes de todo el globo arriban a esta isla, de unos 1,500 habitantes e idílico paisaje, ilusionados por observar y nadar brevemente junto al pez de piel oscura y puntos blancos, que llega a medir hasta 20 metros de largo.
El 2019 “fue uno de los mejores años que tuvimos”, dice Guillermo Torfer, director de VIP Holbox, empresa que organiza avistamientos en lancha de estos animales que llegan a la región entre mayo y septiembre.
“Desde enero, febrero, marzo ya nos habían reservado”, recuerda Torfer, quien hoy hace malabares para mantener su empresa de 16 empleados. El confinamiento nacional decretado a finales de marzo lo forzó a cancelar las reservaciones.
Habitantes de Holbox y pueblos cercanos en tierra firme como Chiquilá, Solferino y Kantunilkín extremaron precauciones y cerraron con retenes sus accesos por temor a la covid-19. Nadie pudo entrar por tres meses.
“Corre la renta, corre la luz, corren sueldos, entonces tuvimos que empezar a apretar por todos lados”, relata Torfer sobre su negocio.
Desde junio, el gradual tránsito a la “nueva normalidad” les permitió a los operadores reanudar actividades aunque al 30% de su capacidad, tanto en los paseos que venden como en los turistas permitidos en las embarcaciones.
También cambió el origen de los clientes. Donde antes abundaban franceses o daneses, hoy se imponen los turistas nacionales. “Tenemos que ajustarnos un poco a la realidad“, reconoce Torfer.
Nadar con tiburones
Para Edier Rosado, guía y capitán de un barco que lleva seis años trabajando con el tiburón ballena o “dominó”, como se le llama localmente, la única emergencia comparable con la pandemia fue el huracán Wilma en 2005.
“La isla fue evacuada y tardó un año en volver a recuperarse“, recuerda.
Rosado traslada a una argentina, un estadounidense y tres mexicanos al encuentro del tiburón, que se asoma a la superficie en busca de alimento.
Antes de subir a la lancha, les pide ponerse cubrebocas y gel desinfectante en las manos, además de tomarles la temperatura.
Durante el viaje de tres horas les explica cómo nadar con el tiburón. Van dos personas a la vez, no se le toca y la experiencia dura solo un par de minutos.
Es, sin duda, la actividad favorita de los visitantes pero sobre todo de los operadores turísticos. Cada viaje cuesta hasta 180 dólares por pasajero.
Ahora, además de tener vigentes sus permisos ambientales, las empresas están obligadas a cumplir las disposiciones sanitarias.
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