El gobierno español ordenó que desde el lunes 4 de mayo habrá que llevar esta protección en el transporte público.
Hace menos de dos meses, las mascarillas resultaban “innecesarias”, incluso “contraproducentes”. Hace uno, comenzaban a ser algo que tener en cuenta. Pasaron a ser recomendables hace tres semanas. Y, desde el próximo lunes 4 de mayo, llevarlas en el transporte público será obligatorio.
El Gobierno ha pasado por casi todas las posturas posibles con respecto a esta medida de protección, que ha generado uno de los grandes debates en esta crisis sanitaria; no solo entre los ciudadanos españoles, también entre la comunidad científica en todo el mundo.
Cuando comenzó la crisis sanitaria, tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el Centro Europeo para la Prevención y Control de Enfermedades (ECDC, por sus siglas en inglés) y el Ministerio de Sanidad recomendaban las mascarillas únicamente a los profesionales sanitarios, a quienes estuvieran al cuidado de enfermos y a personas con síntomas.
Mientras, en los países orientales se echaban las manos a la cabeza. En sus culturas, es casi una prenda más durante el invierno para protegerse de la gripe y llevarla en público (y en ocasiones también en privado) fue la norma en los que primero recibieron al coronavirus. Varios investigadores aconsejaron que los occidentales imitasen esta prevención, pero los organismos oficiales todavía tardaron unas semanas en cambiar de postura.
Lo hicieron a medida que se fueron acumulando evidencias de que el virus se propagaba también entre personas asintomáticas. El argumento antes de eso es que no servían de nada en ellas, puesto que las más comunes sirven fundamentalmente para evitar contagiar, no para estar a salvo de ser infectado. Además, argumentaban los expertos, por un lado, podían producir una falsa sensación de seguridad y, por otro, tener un elemento extraño en la cara podía causar molestias: reajustarla, tocarla y un riesgo mayor incluso de contagio que no llevarla puesta.
Esto se mezclaba con un problema de escasez. El coronavirus sorprendió a las autoridades sin suficiente material, y el poco que había se destinaba al personal sanitario. A principios de abril, Julio García, portavoz de la Sociedad Española de Microbiología Clínica (Seimc) explicaba a EL PAÍS: “Si hubiera mascarillas disponibles y todo el mundo pudiera disfrutar de ellas, no estaría de más usarlas”. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, reconoció esto de forma no explícita: “No podemos recomendar algo que no se pueda cumplir”.
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