El Colorado no es una pieza de pan exclusiva de la ciudad de Puebla; también se hornea en Atlixco, Izúcar de Matamoros y las Cholulas
Cada tarde después del colegio, mi madre nos llevaba al Club Alpha 1, en el Barrio de Santiago, a clases de natación. Los sesentas del siglo pasado tenían un extraño horario de clases escolares y de vacaciones, pero de la clase de natación, nadie se iba a salvar. Entramos al grupo del Maestro Memo, donde ‘en lo bajito’ recibíamos las clases, al principio con nuestra llanta de colores y después ‘sueltos’, que a nosotros nos parecía ya un gran logro. Sabíamos que sólo estaríamos listos, cuando nos aventáramos del trampolín mayor de 5 metros ‘en lo hondo’, que nos parecía a lo lejos, como la mayor proeza que podríamos alcanzar en nuestras vidas.
El miedo al agua y sus insondables profundidades de 80cms, eran mitigadas con una sola promesa: saliendo de clase y camino a casa, podríamos entrar a la panadería que estaba en la esquina de la 19 sur y 9 poniente, frente al Toreo, a comernos un Colorado recién salido del horno. El hambre infantil que sentíamos después 1 hora de nadar, nos hacía soñar con morder la crujiente costra roja tanto salada como dulce, y salivábamos solo de pensarlo.
El Colorado es una pieza de pan artesanal producto de una masa leudada con levadura, manteca, sal, agua de piloncillo y semillas de anís. La cobertura de gragea roja azucarada le da su distintivo nombre; recién cocido en horno de leña, alcanza el valor gastronómico de sublime. El Colorado no es una pieza de pan exclusiva de la ciudad de Puebla; también se hornea en Atlixco, Izúcar de Matamoros, las Cholulas y en algunas ciudades de la Sierra Norte del Estado. Antiguamente, la cobertura se teñía con carmín de grana cochinilla, uno de los productos agro – artesanales más importantes del Valle de Puebla – Tlaxcala, que se exportaba a España y toda Europa, y que fue fuente de inmensa riqueza para nuestra Ciudad y para todo el Virreinato, solo en segunda importancia económica después de la plata.
El carmín se obtenía de las hembras de insectos parasitarios de las hojas de la tuna nopalera, que se recogían manualmente y se procesaban en forma artesanal en sucesivas etapas que incluían secado y molienda, hasta obtener un polvo muy fino de color morado intenso. Su variadísimo uso incluía fabricar pigmentos al óleo para pinturas artísticas, cosméticos para el rubor y labios, teñir telas y terciopelos en tonalidades desde el púrpura hasta el morado y colorear alimentos, dada su total inocuidad. Si hablamos de seguridad alimentaria, no existe un colorante rojo de alimentos más seguro, que el carmín de la grana cochinilla. Lamentablemente, después de mediados del S.XIX y hasta la fecha, fue sustituido por colorantes artificiales.
Charlemos más de Gastronomía Poblana y ‘’a darle, que es Mole de Olla’’!
#tipdeldia para nuestras autoridades de Salud Pública: urge legislar en favor de la seguridad alimentaria y restringir los colorantes artificiales en alimentos para promover e incentivar el uso del mexicanísimo carmín de grana cochinilla.