Varias son las versiones que nos ha contado la historia, todas, por supuesto encaminadas a un naufragio.
El enorme exvoto dedicado a la virgen de Guadalupe en la ciudad de México.
El recuerdo de un naufragio: el mástil del marino, anclado en el cerro del Tepeyac.
Varias son las versiones que nos ha contado la historia, todas, por supuesto encaminadas a un naufragio y que gracias a la devoción ferviente hacia la virgen de Guadalupe, lograron llegar a salvo a tierra firme.
Es en el siglo XIX cuando el mexicano Manuel Rivera Cambas, que en 1883 escribió en el tomo 2 de su obra México pintoresco, artístico y monumental:
“Combatido un buque por un fuerte temporal, perdido el timón, el rumbo y toda esperanza de salvarse la tripulación, esta invocó de todas veras a la Santísima Virgen de Guadalupe, haciéndole presente que si quedaba salva, la traerían a presentar a su Santuario el palo de la embarcación cual se encontraba. La Santísima Virgen oyó piadosa los ruegos de esos sus hijos y la destrozada nave pudo entrar salva a poco tiempo al puerto de Veracruz. La tripulación cumplió su promesa, trayendo en hombros el conjunto de palos del navío hasta el Santuario y colocando su ofrenda dentro de una construcción de piedra para defenderla de las injurias del tiempo.”
Este relato se conserva hoy día grabado en una laja al pie del monumento y es prácticamente el mismo. A partir de este punto, las personas que han escrito sobre el asunto repiten esta última versión.
Soy Arturo Trejo de Crónicas de Banqueta.