Situado junto al río en la ciudad portuaria de Belém, en Brasil, el mercado a cielo abierto es el símbolo de una ciudad antes identificada con el comercio del caucho.
Exóticas frutas amazónicas, tónicos medicinales con ingredientes naturales de la selva que prometen curarlo todo y peces de agua dulce que se sirven fritos con un denso jugo de azaí de un profundo color morado.
Varios músicos abarrotan un círculo desde el que cantan, hacen sonar las panderetas y los tambores al ritmo de samba. Y bailes improvisados animados por la cachaza, un licor brasileño hecho con caña de azúcar. Algunas botellas llevan también jambú, una hierba amazónica que deja un cosquilleo eléctrico en la lengua.
Está todo ahí, en el ruidoso, abarrotado y siempre colorido mercado de Ver-o-Peso, situado junto al río en la ciudad portuaria de Belém, en Brasil. El mercado a cielo abierto es el símbolo de una ciudad antes identificada con el comercio del caucho, pero ahora más conocida como la capital gastronómica de la Amazonía.
También está en el epicentro del comercio de la aceitosa baya morada de la palmera de azaí, un ingrediente básico en la codina indígena amazónica y que está de moda en la gastronomía internacional.
“Todo en el azaí es bueno. Es la mejor fruta que tenemos en este planeta” dijo Walter Pinheiro Ribeiro, que lleva 25 años vendiendo la baya en el puerto. Algunos de los aficionados al azaí dicen que es un elixir antienvejecimiento, combate el colesterol e incluso actúa como afrodisiaco.
Cada mañana, los trabajadores del puerto cargan canastas cargadas de bayas oscuras hasta botes de río de madera.
En el extranjero, el azaí se conoce principalmente como una pulpa congelada para jugo y batidos. Pero aquí, en el mercado, la forma local de tomarla es como una sopa.
A menudo se espolvorea con harina tostada de yuca y se sirve junto a pescado frito del Amazonas, como la dorada o el enorme piracucú, que puede alcanzar los tres metros (10 pies) de largo y pesar más de 180 kilos (400 libras).
“El secreto aquí es el amor, ese es el mejor aderezo”, dijo Osvaldina da Silva Ferreira, que lleva 48 años cocinando en su puesto de pescado “Dona Osvaldina”. En un día reciente, sirvió una comida de grandes camarones con ajo y un filete frito de piracucú con una guarnición de frijoles y azaí.
“La Amazonía es riqueza”, dijo orgullosa del río y la selva. “Cualquier cosa que quieras, la encontrarás aquí”.
Los puestos en Ver-O-Peso venden maracas con plumas hechas por los pueblos indígenas del Amazonas, cerámicas y artesanía elaborada con cáscaras de coco. Los gallos cacarean, las cotorras cantan y los patos graznan sin parar en sus jaulas. Hay palomas comiendo semillas que quedaron olvidadas y buitres rondando el lugar, intentando conseguir algo de pescado sobrante en los muelles.
Tendidas entre las hamacas se ven réplicas de camisetas de clubes populares del fútbol europeo y sudamericano. Otros vendedores rompen las cáscaras exteriores de nueces de Brasil con afilados machetes o venden bacalao salado, sombreros de paja y frutas frescas como la pupuña, de brillante color rojo, y la deliciosa copoazú, que pertenece a la misma familia que la planta del cacao.
Ver-O-Peso (o Ver el Peso), situado junto a la orilla de la Bahía de Guajara, era en principio un centro de recaudación de impuestos que pagaban los productos de la Amazonía a la corona portuguesa. Después se convirtió en un mercado que ahora incluye muelles, la feria del azaí, un mercado de carne y otro de pescado hecho con placas de hierro importadas.
“Este mercado es la octava maravilla (del mundo)”, dijo del edificio Roberto Da Silva Souza, que lleva 50 años vendiendo pescado en el mercado. “Si miras de cerca, verás que esta vieja estructura se hizo con mucha sabiduría e inteligencia. Mira esos pilares”.
Ese día ofrecía filhote y dourada. El pescadero dijo que suele salir de casa en torno a la 1 de la madrugada para llegar al muelle cuando aparecen los primeros botes de pesca y echar un vistazo de cerca a sus capturas para elegir el pescado de mejor calidad para su puesto.
“Este trabajo en Ver-o-Peso es una terapia para mí. Es un ejercicio para la mente”, dijo. “Me siento mal, enfermo cuando no vengo. Me he acostumbrado. Este es mi hogar”.