Williams ha perdido las cuatro últimas grandes finales que ha disputado: las dos últimas ediciones de Wimbledon y el US Open.

De Naomi Osaka a Bianca Andreescu hay una gran damnificada, Serena Williams, y por encima de todo un imperio entre interrogantes. Ese que ahora arruga la cara, encoge los hombros y dibuja un gesto de angustia conforme va avanzando la tarde en Nueva York, y los planes van torciéndose.

La raqueta pierde el filo, la bola se desorienta y se estrella una y otra vez contra la malla. El silencio congelador empieza a envolver los cuatro costados de la pista Arthur Ashe y finalmente llega la gran decepción estadounidense, de un público que en el intervalo de un año se ha llevado una doble bofetada: Serena (a punto de cumplir 38 años) se difumina ante otra joven, Bianca Andreescu (19), cae por 6-3 y 7-5 (en 1h 40m), y dice de nuevo adiós a esa cifra obsesiva que le impide pasar página.

La australiana Margaret Court, con sus 24 trofeos de oro, continúa sola en la cima. Mientras tanto, Williams ha perdido las cuatro últimas grandes finales que ha disputado: las dos últimas ediciones de Wimbledon y el US Open. Encaja, pues, otro golpe anímico. Se lo asesta una debutante que entra en los libros porque recoge el testigo de Venus Williams y se convierte en la primera debutante que triunfa en Queen’s desde 1997.

No es Andreescu, 19 años menos, una tenista que se arredre, ni mucho menos. Tiene personalidad a raudales y no se deja amedrentar por la situación (su primera gran final), ni el escenario (24.000 incondicionales volcados a favor de su rival) ni el inmenso halo ganador de Williams (23 majors). Esta arranca el pulso con un punto directo de saque, pero cierra el primer juego con el borrón de una doble falta que ofrece el primer indicio. El partido va a torcerse y la fiesta para ella va a volver a estropearse, como ya ocurriera el curso pasado frente a Osaka. Entonces cedió Williams de mala manera y ahora vuelve a tropezar, pero no hay malos modos ni escenas de drama en la pista.

Esta vez, Flushing Meadows asiste al despertar de una chica que tiene eso de lo que carecen tantas otras jugadoras talentosas que asoman la cabeza y se desvanecen repentinamente. Andreescu tiene hechuras de gran tenista, porque aunque su juego no sea especialmente seductor, posee una mente granítica a prueba de bombas. Después de romper el servicio de Serena nada más comenzar, resiste a una embestida salvaje. La estadounidense le presiona psicológicamente y le priva de cinco puntos de break que son un tesoro, pero ella aguanta el impacto con entereza y se adjudica el parcial con frialdad.

Un arrebato de cuatro juegos
Nació en un suburbio de Toronto, cimentó su tenis en Ontario —sus padres son rumanos y se trasladaron a Canadá— y practica 15 minutos de meditación cada mañana, al despertarse. A diferencia de muchas compañeras de su generación que citan a Williams sin parar, ella tiene como referentes a la belga Kim Clijsters y la rumana Simona Halep. Arrancó el año como la 178 del mundo y ahora ya figura entre las mejores del circuito. Tiene empaque y nervios de acero, y pese a que Serena la condujo hacia un laberinto en el segundo parcial, equilibrando un 5-1 adverso y levantando una bola de partido, se sostuvo y a la tercera lanzó una derecha inalcanzable y consiguió derribarla. Se coronó por primera vez Andreescu y llamó a la puerta de la élite: ya es la cinco del mundo y de sus ocho choques contra top-10 los ha ganado todos.

“Serena siente mucha presión”, anticipaba Patrick Mouratoglou, el preparador francés de Williams, antes de la final de este sábado. Y volvió a derretirse su jugadora, que cometió ocho dobles faltas y pese al elogiable arrebato final de cuatros juegos consecutivos, se le sigue atragantando el desafío de atrapar la legendaria marca de Court. Ya invirtió Serena tres intentos para alcanzar la marca de Steffi Graf (22) y este sábado erró por cuarta vez en su persecución a la australiana. De las primeras 25 grandes finales que disputó, Williams perdió cuatro; de las últimas ocho, seis.