En las manos y en la máquina de Ana Laura Vidal Acuca, los residuos textiles industriales, los mismos que llenan el Desierto de Atacama en Chile, se convierten en diseños únicos y sostenibles.

No sólo se trata de hacer moda en el sentido comercial de la palabra, sino de resignificar la vestimenta que sus clientas y clientes le mandan a reparar o a confeccionar por distintos motivos.

«Yo encuentro en la costura esto que se llama tejido social; significa que, a partir de lo que yo coso, puedo encontrar otras experiencias, puedo ver otras maneras de vida, puedo dialogar con personas donde yo no comparto el entorno, ni las experiencias, pero que el vestir un cuerpo, el proteger un cuerpo con un textil, pues es básicamente una necesidad primaria», dijo.

Originaria de la ciudad de Puebla, Ana Laura relató que fue a los 12 años cuando utilizó por primera vez la máquina de coser de sus antecesoras o ancestras, de la marca Singer.

«En mi familia, mis ancestras tienen este conocimiento de la costura y, a partir de ello, si bien ellas no me lo enseñaron directamente, estuvo presente en mi vida siempre«, expresó.

Posteriormente, durante su paso en la secundaria era reconocida por sus compañeras como la chica afecta a diseñar y utilizar lentejuelas en sus prendas o accesorios cotidianos.

El tiempo transcurrió y ya en su etapa universitaria primero eligió la carrera de Derecho, pero después decidió aprender Diseño de Modas en el Centro de Capacitación y Desarrollo (Cecade), escuela perteneciente al Sistema DIF.

Ana Laura destacó que ella tuvo que gestionarse sus propios estudios superiores debido a la mala situación económica que enfrentó su mamá, uno de sus pilares principales de vida, que actualmente tiene ceguera, pero que, sostuvo, le ha enseñado a «habitar la oscuridad».

En las manos y en la máquina de Ana Laura Vidal Acuca, los residuos textiles industriales, se convierten en diseños únicos y sostenibles
Foto: Especial

La joven diseñadora con sentido social detalló que su progenitora la apoya en algunas labores de su taller CuarentaVeinte, mismo que abrió desde 2018 en la 11 oriente 17B, en sinergia con otro par de colegas, pero que hoy día dirige de manera individual.

El espacio en cuestión es definido por Ana Laura como un lugar seguro, en el que no cabe la discriminación ni la belleza hegemónica, mucho menos los discursos de odio o menosprecio que tanto se esparcen en el exterior u otros entornos.

Acerca de los servicios que se ofrecen en CuarentaVeinte, la transformadora de telas respondió que uno de ellos es la reparación de prendas, que puede costar desde 45 pesos.

Hizo énfasis en la gente que lleva una y otra vez a remendar sus vestimentas o accesorios personales, pues explicó que para ella eso representa un acto simbólico de resistencia o rechazo a ser desechados.

«Y creo que el reparar la ropa es un acto de rebeldía sumamente puro y es un acto de resistencia, el cual yo le admiro a toda persona que ha venido a este taller», declaró.

Ana Laura refirió estar en contra de la sociedad de consumo, que marcas como Shein, Zara o Temu han consolidado, a pesar de que ocasionen un alto impacto al ambiente por la enorme producción y desecho de textiles en sus cadenas de comercialización.

Agregó que CuarentaVeinte trata de darle un giro a esas narrativas hegemónicas y, además, busca ser un lugar donde se genere tejido social, pues indicó que a través de lo que la gente le pide, va conociendo sus historias personales o de vida.

En cuanto a la solicitud de diseños nuevos, dijo que las personas interesadas en ese servicio acuden con ella, le platican lo que desean y, posteriormente, les propone distintos bocetos. Ya que existe un consenso, les explica los materiales que va a utilizar para la confección, los cuales son reutilizables.

Ana Laura reveló que los vestidos de quince años son los que más disfruta crear o transformar, aunque su desarrollo implique varios meses de trabajo.

La profesionista también destacó que ella se da cuenta cuando una persona está feliz de lo que porta y usa y reiteró su postura de no apoyar los convencionalismos impuestos por la sociedad.

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