El juicio abierto que solicitó la francesa Gisèle Pelicot, de 72 años, contra su exesposo Dominique Pelicot, quien la drogó durante al menos una década para ser violada mientras dormía, es un altavoz de que la vergüenza es para los violadores y no para las víctimas.

La fortaleza con la que la septuagenaria afronta esta barbarie machista —que en los últimos dos meses la ha enfrentado a cincuenta de los más de setenta hombres que la violaron por invitación de su exesposo— la ha convertido en un ícono mundial de la lucha contra la violencia sexual.

Gisèle Pelicot, descubrió el crimen del que era objeto en 2020, cuando la policía revisó el teléfono de su entonces esposo tras detenerlo por fotografiar indebidamente a mujeres en un supermercado. Dominique, con quien Gisèle estuvo casada cincuenta años, tenía en su celular videos de todas las violaciones.

Esta mujer seguramente obtendrá justicia el próximo diciembre, cuando termine el juicio contra el padre de sus tres hijos y abuelo de sus siete nietos, en el tribunal de Aviñón, al sureste de Francia. Los ojos de todas las mujeres del mundo están puestos ahí, para asegurarse que ese monstruo no vuelva a ver la luz del sol.

Quisiera que, de igual manera, todas las mujeres del mundo conocieran a Andrea Vázquez, de Huauchinango, comunidad ubicada en la Sierra Norte de Puebla. Cuando ella tenía 14 años, en 2020, fue violada y embarazada por su padrastro, Ramón “N”. Antes de dar a luz, Andrea denunció al violador en el Ministerio Público, pero no pasó nada: él es hermano de un Juez del Poder Judicial.

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Poco después, en 2022, Ramón ingresó por la fuerza al domicilio que Andrea habitaba con su mamá Miriam Vázquez, ex pareja del sujeto. Por la fuerza, él se llevó a Miriam junto con la bebé y otra menor (hija de él y de Miriam).

Las tres menores fueron localizadas en el norte de México, después de ocho meses de que Miriam pasara el calvario de denuncias por sustracción de menores y violencia vicaria, que no prosperaron. Además, ella misma sufrió una violación por parte de un abogado que la drogó con un jugo que le ofreció mientras fingía asesorarla.

Miriam Vázquez tuvo que manifestarse frente a la Fiscalía de Puebla y movilizarse con activistas feministas para visibilizar que Ramón “N” es familiar de un impartidor de justicia; sólo así, el probable responsable de violación y sustracción de menores devolvió a las niñas.

Hace un par de meses inició el juicio por la violación de Andrea Vázquez, quien ahora es mayor de edad, pero éste ha tenido dilaciones desde el inicio.

En México son tan comunes las violaciones que sólo se convierten en titulares si la desgracia sobrepasa el entendimiento humano, como lo que sucede con Gisèle Pelicot. En cambio, casos como el de Andrea se archivan no solo en los juzgados, sino en la memoria colectiva.

Lo más aterrador es que, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en 2022, las Fiscalías Generales de Justicia estatales reportaron que el delito de violación registró su máximo en el grupo de 10 a 14 años con 4197 niñas y 884 niños violados.

Encima, de acuerdo con la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), la disparidad de formatos a nivel nacional para llevar un registro de agresiones sexuales impide cuantificarlas adecuadamente, ya que algunas no llegan a ser denuncias penales por vergüenza o culpa.

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El trauma de sufrir una violación es demoledor. Las víctimas, atormentadas por pesadillas, flashbacks y otros recuerdos desagradables, dejarán de ver al mundo como un lugar seguro; no confiarán en los demás, ni en ellas mismas.

Esto lo sabe Gisèle Pelicot, quien ha declarado que está totalmente destruida, pero que “la vergüenza no es para nosotras, sino para ellos”, alentando a todas las víctimas de violación a dejar el anonimato y denunciar a su agresor.

Sin embargo, en México, la justicia sigue siendo una utopía. Casos como el de Andrea Vázquez y Miriam Vázquez lo demuestran. A estas mujeres no las han violado físicamente doscientas veces, como a Gisèle Pelicot, pero sí las han violado doscientas veces con la indiferencia de un sistema patriarcal que protege al agresor.

¡Insurrectas en pie de lucha! Si tocan a una respondemos todas.

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